Es festivo. Rebeca deja la taza de café sobre la mesa y se dispone a escribir en su libreta favorita. Aquella en la que plasma todas las ideas y sensaciones que visitan su cabeza cada cierto tiempo y, la mayoría de las veces, sin avisar. Acaba de tener una agradable sobremesa tras una animada comida en buena compañía. El reloj marca las 15.00. Su madre le pregunta si tiene algo que hacer. Realmente sí, pero no, hoy es festivo ¡Aprovechemos!, piensa ella.

En un momento de debilidad sentada en uno de los sillones del salón alrededor del fuego que crepitaba constantemente, decide revisar las redes sociales a ver qué novedades te trae el mundo ‘exterior’.

Son las 15.30 y, de repente, una persona que no identifica le abre conversación en Facebook.

  • OLA
  • ESTAS

Al principio, insegura, se pregunta… «¿quién es esta persona y de qué me conoce?» pero, en verdad, no tiene ningún interés en saberlo. Está relajada, tranquila, y no le apetece perder más tiempo en las redes sociales, así que tras percatarse de que no se corresponde con nadie cercano ni conocido, responde directa:

  • Perdona, no te conozco de nada  y me estás molestando. Gracias

Tras unos instantes de tensión silenciosa, mientras su entorno continúa en una completa normalidad y armonía, ajena a lo ocurrido, por fin la respuesta:

  • CONÓCEME ASQUEROSA

El café sigue sobre la mesa, humeante. Su madre y su padre siguen viendo la tele. Su hermano sigue leyendo. La película avanza con normalidad y todo permanece en la más total y absoluta calma. Todo menos Rebeca, que ha dejado la calma y la ha cambiado por una presión acuciante en el pecho. Rebeca acaba de ser insultada por un desconocido sin poder hacer nada. Y se calla. 


 

La conversación original y el nombre de los protagonistas han sido omitidos porque no son necesarios para analizar una situación que resulta mucho más común y peligrosa de lo que nos creemos. ¿Cuántas mujeres tienen que aguantar a diario que desconocidos entren sin ser invitados a través de las redes sociales? Y lo peor de todo es que las que se atreven a dar respuesta suelen recibir contestaciones de este tipo.

Nos encontramos inmersos en una cultura y en una sociedad que normaliza este tipo de agresiones, quitándoles peso y restando de importancia a estos ataques que son, sin duda, síntomas de que algo va mal.

«Enfermos hay en todos lados»,«Lo mejor es eliminarlo y no entrar al trapo» o «Que no le hubiera agregado» son algunos de los comentarios que a muchas lectoras y lectores les habrán venido a la mente. Pero… ¿de verdad la solución está en la respuesta que da ella? ¿No sería más lógico que no tuviera que aguantar este tipo de situaciones? Si no somos capaces de respetar el espacio y la individualidad de cada persona, si ni siquiera somos capaces de comportarnos como seres civilizados a estas alturas… parece que Internet está influyendo en un importante retroceso en nuestra sociedad. Y lo peor de todo, es que lo hace de manera invisible.

¿Cuál sería la mejor manera de enfrentarse a este problema?

 

4 comentarios en “Conóceme, asquerosa

  1. Como bien dices la respuesta no debería ser la que ella da.. Deberíamos empezar por concientizar a la gente que piensa así, por cambiar la sociedad de hoy en día que acepta todo este tipo de agresiones gratuitas como parte de la normalidad y haciendo culpable a una simple víctima de las mismas. Tenemos que ver mas allá y darnos cuenta que esto es pan de cada día para muchas personas y que es una pequeña parte de lo que puede ocurrir mas allá de estas agresiones «virtuales». Hoy en día internet esta influyendo de forma negativa por toda esa gente que hace un mal uso de el, que se esconde detrás de perfiles de forma cobarde o que simplemente no sabe respetar la intimidad y la privacidad de las demás personas. Cambiar la forma de pensar de toda una sociedad es muy complicado, pero empezar por autoevaluarnos a nosotros mismos y darnos cuenta de que formamos parte de todo esto hace que evolucionemos.

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