Ella no quería…

Ella no quería…

Ella no quería crecer. No quería. Y sabía que no tenía otra opción pero ese argumento no le convencía. Recordaba, cada vez con más dolor, aquellos años en los que su única preocupación era decidir a qué jugar o cuál era su color favorito. Con el tiempo, las cosas pasaban de largo sin alternativa.

El tiempo que convirtió en casi una obsesión. Esa cuestión de no poder controlar su paso ni sus efectos. Sin embargo, no entendía por qué parecía ser la única afectada. Se sentía tan pequeña… a pesar de que crecía año tras año, era como si fuese disminuyendo poco a poco, volviéndose invisible para sí misma, porque no era capaz de entender por qué, de pronto, todo parecía perder luz y pesar demasiado.

Al final, el paso del tiempo es una de esas realidades que todos sabemos que ocurren. Un concepto, el del tiempo, que, mal aprovechado o en las manos equivocadas puede convertirse en una auténtica ruina. Pero… ¿quién establece lo que realmente está bien o mal hecho? ¿Cómo se determina en qué debemos invertir nuestro tiempo? No lo entendía. La gente discutía, envidiaba, se mal quería. Y ella, como una espectadora muda, petrificada, analizaba lo que sentía.

Quería parar el tiempo, pero no podía. Y así, poco a poco, fue perdiendo la ilusión en su día a día, y olvidando lo más importante: aprovechar cada segundo como si fuera el último, como una bocanada de aire fresco en pleno desierto o un buen trago de agua dulce en medio de un enorme océano. Como un trozo de sandía tras finalizar una 10K, como un abrazo en uno de esos días en los que te duele el alma de verdad. El tiempo pasaba igual por todos, pero ella no supo entender la vida. Aquella que, sin querer, se le fue marchitando poco a poco, sin alegría.

¿Amas la vida? Pues si amas la vida no malgastes el tiempo, porque el tiempo es el bien del que está hecha la vida (Benjamin Franklin).

Libre…

Libre…

¿Eres realmente consciente de que la libertad no existe? Nos han dicho que sí, que somos afortunados, que tenemos suerte de ser quienes somos y vivir cómo vivimos. Sin embargo, somos tan sumamente torpes que hemos sido capaces de construir nuestra propia jaula contemporánea protagonizada por el qué dirán de nosotros y el cómo actuar en cada momento para ser socialmente aceptados en cualquier circunstancia siempre y cuando nos interese.

¿Y si todo era mentira?

¿Y si todo era mentira?

Imagina. Toda una vida creyéndote el cuento de que eras invencible y prácticamente perfecta, para que todo, de repente, se desvanezca en tan solo unos instantes. Tranquila, no pasa tan rápido. El proceso es mucho más pausado, tintineante. De hecho, es muy complicado percibir que algo te está ocurriendo cuando se está dando prácticamente en el centro de tu vida.

La historia se las trae, pero estoy convencida de que es algo por lo que todos pasamos, hemos pasado y seguiremos pasando irremediablemente a lo largo de nuestras más o menos largas vidas. No lo prolongo más. Os lo cuento. El problema es que no toleramos el fracaso. 

Fracaso. Como suena. Hasta decir en alto esta palabra me resulta un tanto agotador. Suena como muy… pesado. Suspiro. Me ha costado decirlo en alto. ¿Por qué nadie nos contó nunca que podíamos fracasar en algún momento dado? De hecho, es lo más normal del mundo. La vida da para tanto… no se puede ser perfecto en todo. Eso no existe. Nos han vendido una moto que ni siquiera habíamos mirado.

Desde que empiezas tu vida, ya en la tierna infancia, vienes al mundo a convertir en realidad cientos de anhelos de las personas que nos han traído al mundo. Y no, no es un complot. Ni siquiera ellos son conscientes de este pacto con el Diablo. Así, sin más, nos enseñan que tenemos que estudiar y sacar 10 -preferiblemente en todo-. Destacar en deportes, dominar un idioma -o dos, o tres-, de paso; tocar un instrumento -quiero decir a parte de la flauta, claro-, y tener un hobby -y por favor, que no sea muy raro-.

girl-1641215_960_720.jpg

Con semejante lista de actividades complementarias al horario lectivo, sumado a la realización de las tareas escolares, a las actividades extra escolares y al tiempo que dedicamos, un poco porque no les queda otra, a eso de ser niños; el tiempo para pensar y reflexionar sobre la vida misma es relativamente corto. Sin embargo, seguimos creciendo como si nada de esto tuviera que ver con nosotros. No hay tiempo que perder, en el sentido más literal de la expresión. 

A medida que crecemos la cosa se complica. La etapa de socialización empieza a protagonizar la mayor parte del espacio que deberíamos de dedicar a otras cosas. Claro, en este proceso nos olvidamos de aquellos que carecen de las herramientas para seguir nuestro paso -estos han quedado a un lado- y de aquellos que no cuentan con los factores necesarios para alcanzar nuestro ritmo, como una familia estructurada, unos ingresos mínimos en el hogar, en definitiva, un equilibrio -estos también quedan irremediablemente fuera de la competición en la que se ha convertido nuestra vida, repito, sin que nos hayamos dado ni cuenta-.

Así pues, la vida fluye con relativa normalidad. Somos las princesas de un cuento de esos que nos han leído siempre, en los que el final feliz estaba asegurado. Nadie te cuenta que algo puede salir mal, que puede que no ocurra lo que soñabas al principio del cuento. Que nos vamos a equivocar miles de veces a lo largo de la trama que es la vida. A nadie se le ha ocurrido la idea de compartir con las futuras generaciones un hecho: hay que aprender a caerse, y ser capaz de levantar de nuevo.

nature-3143981_960_720.jpg

Por eso, y cada vez ocurre más tarde -y sí, acabo de pulirme toda la adolescencia y la fase intermedia que va entre ésta y la ya oficial edad adulta- llega un momento en el que la torre de naipes se cae. Y las causas pueden ser tantas… Nuestros padres pasan de ser superhéroes capaces de salvar el mundo y llegar a hacer la cena al mismo tiempo; nuestro amigos se equivocan, igual que nosotros, y a veces fallan; la gente, tal y como viene, se va para no volver… A lo largo del proceso vendrán muchos para enseñarnos que la vida duele. Y que todavía puede ser peor. Llegarán los miedos, las inseguridades, y, sin comerlo ni beberlo, empezaremos a buscarle dobles sentidos a cualquier palabra o gesto. A juzgarnos constantemente. A someternos a un examen prácticamente diario.  Seguimos compitiendo en la misma carrera que nos apuntamos al nacer, pero ya ni siquiera vemos el suelo. 

Y ¿sabéis que es lo peor de todo? Que dedicamos tanto tiempo a regodearnos en lo dura que es la vida que nos olvidamos de lo verdaderamente importante: que tenemos la suerte de estar viviendo. Y será mejor o peor, más o menos dura, con más o menos gloria, pero una vida única e irrepetible en definitiva. Y nadie nos ha enseñado a valorar eso, con sus luces y sus sobras; con sus fortalezas y debilidades; con sus altos y sus bajos; y lo más importante: con los nuestros.

«Si dices la verdad, no tendrás que acordarte de nada»

«Si dices la verdad, no tendrás que acordarte de nada»

Nos venden que no, que podemos con todo, que podemos sonreír a la muerte y evitar así que se acerque a nuestras casas, que podemos mirar de frente a la peor de las enfermedades y que así se vaya, que somos capaces de vivir del aire, que podemos llevarnos bien con todo el mundo a pesar de ser éste un nido de víboras salvajes y preparadas para el más vil de los asesinatos. Por la espalda.

Nos dicen que no, que no pasa nada por no ser fiel a uno mismo, que podemos creer en la palabra de cualquiera que en su mirada tenga luz, sin contar con que todas las luces se apagan aunque sea durante un periodo no muy prolongado de tiempo, pero que no, que no son eternas. Y que se apagan.

alone-971122_960_720

Nos dan unas bases, unas piezas de un puzzle gigante que nos limitamos a aceptar como nuestro, y con el que tenemos que jugar sin pensar en las consecuencias de iniciar esa partida. Jugamos, y muchas veces obviamos que fuera de la habitación en la que nos colocaron al nacer, ocurren cosas. Muchas cosas. Cosas que jamás llegaremos a conocer mientras vivamos porque tenemos que acabar de montar ese puzzle antes de que se expire el tiempo.

El caso es que la vida sigue, tanto dentro como fuera del habitáculo. La vida sigue y nuestro plan trazado se desarrolla con normalidad mientras soñamos con llegar al final de nuestros días de la manera más culturalmente óptima posible. Queremos querer y que nos quieran, comer y que nos coman, vivir felices en compañía de los nuestros y de paso que los nuestros sean felices cueste lo que cueste que lo sean… Queremos -creemos- pasar así la vida, hasta que ésta, inevitablemente y como todas las cosas que se encendieron en un momento dado, se apague.

Y no importa lo que hagas, lo que pienses, lo que luches… la vida al final llegará al mismo lugar independientemente de lo que tengas, guardes o poseas. ¿Qué es lo que cambia? El camino. Un puñetero camino que muchas veces no nos dejan elegir las experiencias que se cruzan en nuestras vidas. Por eso, aunque nos digan que podemos ser felices con las pequeñas cosas, nada podremos hacer si se funden todas las bombillas que nos rodean y perdemos el equilibrio. Y el problema es que puede pasar, pero nadie nos lo está recordando. Y tampoco digo que tengamos que estar pensando siempre en que las tinieblas nos acechan, solo digo que tenemos que tener en cuenta que, tal vez, un día nos toque enfrentarnos a ellas, y será entonces cuando tengamos que demostrar, de verdad, para lo que estamos preparados. La vida, a veces, se retuerce sobre si misma y nos prepara sorpresas con las que jamás habríamos contado. Y todo porque nadie nos dice que lo peor puede pasar porque lo peor también forma parte de la vida. Por eso, aunque no sirva de nada, yo aviso. La vida puede ser maravillosa, por supuesto, pero también puede traer el peor de los sufrimientos consigo. Y es que nunca me dijeron que la vida también duele, y es que alguien debió de olvidar, que «si dices la verdad, no tendrás que acordarte de nada».

Tiempo…

Tiempo…

Lo reconozco. Ni la muerte, ni el miedo, ni el amor son causa de mis desvelos. En mi caso, aquello que me quita el sueño es intangible, invisible, impagable… pero sobre todo, es imposible de controlar. Es el dichoso tiempo. 

Y es que algo ha de tener, cuando en la sociedad actual hemos conseguido convertirlo en un bien de segunda necesidad, desperdiciado en exceso y relegado a un tercer plano en nuestra lista de preocupaciones diarias, y todo esto sin que prácticamente seamos conscientes de lo que está pasando.

Claro, llegamos al mundo y no nos da tiempo a adaptarnos, ni mucho menos a preguntarnos qué es lo que queremos hacer realmente con semejante responsabilidad. En qué invertiremos nuestro tiempo, único, mágico, intransferible, irrecuperable. Cuando eres niña o niño, no te preocupas de semejantes trivialidades. ¿Tiempo? «Tiempo para jugar y déjate de historias». Qué fácil era. Pero, de repente, te haces mayor, y entre clases, actividades extra escolares -a la que nos apuntan nuestras madres o nuestros padres precisamente porque no tienen ‘tiempo’ para hacerse cargo de nosotros-, comienzan a surgir las primeras responsabilidades serias. Acabamos de consumir un cuarto de nuestra vida útil y seguimos sin tener tiempo para nosotros.

Y avanzamos.

Seguimos creciendo.

Sigue pasando el tiempo y aquello que veías tan lejano cuando salías del colegio portando tu mochila de moda y tus cuadernos con apuntes de Conocimiento del Medio; aquellasbeach-1846145__340.jpg personas mayores que hablaban preocupadas por teléfono mientras rebuscaban con prisas y cierto enfado cosas en sus bolsos o maletas, resoplando y sin apenas percatarse de que alguien les observaba con interés y cierta curiosidad; se transforma en tu vida.

Es tu momento: eres mayor y ya no tienes tiempo de plantearte el resto. Facturas, hipoteca, llegar a fin de mes, conciliar tu vida profesional con tu vida familiar y tus amistades, practicar algún deporte, salir al menos una vez por semana, hacer la compra, darte el lujo de preparar una escapada, recoger a los niños, visitar a tus padres, mantener tu empleo. Ni si quiera te das cuenta, cuando andas por la calle corriendo de un lado a otro, siempre mal de tiempo, de aquella niña que te observa tras su carpeta como si fueras un ejemplo.

Hoy, alguien me ha dado un gran consejo: cuando montas en la rueda no lo ves. Cuando estás ‘dentro’ pierdes totalmente la perspectiva y lamentablemente no eres consciente hasta que ocurre algo, por desgracia en la mayoría de los casos un hecho de fuerza mayor, que te obliga a detener esa rueda. Algunos tienen suerte y recapacitan, e incluso cambian la cosas. Otros se pegan toda la vida advirtiendo que lo harán o que lo harían. O que les habría encantado hacerlo.

Si lo pensamos, es algo que todos tenemos. Tiempo. Estaría genial que alguien nos dijese lo importante que es cuidarlo, gestionarlo, entenderlo. Sin embargo, como todas las cosas en la vida, nunca es tarde para hacerlo…

Preciso tiempo, necesito ese tiempo
que otros dejan abandonado
porque les sobra o ya no saben
que hacer con él
tiempo
en blanco
en rojo
en verde
hasta en castaño oscuro
no me importa el color
cándido tiempo
que yo no puedo abrir
y cerrar
como una puerta..

(Tiempo sin tiempo, Mario Benedetti)

Libre

Libre
¿Cómo se le devuelve la sonrisa a quien se la han arrancado? ¿Cómo se le dice a una mujer a la que le han arrebatado las ganas de vivir -antes si quiera de haber empezado a hacerlo- que vaya a un juicio a escuchar que la culpa de haber sido ultrajada por cinco desconocidos es suya? ¿Cómo se le pide a un padre, a una madre o a un hermano o hermana que sigan adelante? ¿Cómo se puede seguir abriendo el debate en torno a unos hechos tan inhumanos? 
 
¿Ibas sola por la calle? ¿Les hablaste? ¿Por qué te fías? Seguro que fuiste sugerente, ¿o tal vez les calentaste demasiado? ¿Qué hacías sola a esas horas? Y, lo más importante… ¿qué pasa con los pobres hombres violados a diario? Sí, esos que nos oculta el Gobierno o ‘Dios’ porque hay un plan oculto para no sé todavía muy bien el qué. 
 
ANTE ESTAS LOCURAS QUE LEO, ESCUCHO Y ME ESCUPEN A LA CARA, RESPONDO:
 
No, no estas sola: Salvando las distancias a muchas mujeres nos duele el alma. Tengo un nudo en el pecho que no me deja respirar. Siento rabia. Rabia contenida al tiempo que trato de gritar lo que siento al mundo entero mientras cientos de manos me cierran la boca y tratan de hundirme e invisibilizarme una y otra vez. Esas manos que miran desde su cómoda silla como la vida del resto se pudre y se creen que pueden juzgar con la ley en la mano, como si la ley nos hubiera salvado antes. 
Perdemos el tiempo activando protocolos cuando el daño ya está hecho. Noticias de asesinatos a mujeres a manos de sus parejas o ex parejas (sí, aquellos que ellas decidieron que ya no estaban en sus vidas y por lo que tuvieron que pagar con lo más preciado que tenían), órdenes de alejamiento inservibles, dependencia económica y sentimental aderezada por el peso de la historia y de nuestra maldita cultura machista. La misma que provocará cientos de reacciones negativas tras la lectura de esta última frase.
Somos muchas, muchísimas mujeres en todo el mundo. Distintas razas, costumbres, tradiciones y lenguas. Distintos nombres. Distintos cuerpos y sobre todo personalidades. Pero compartimos algo a lo largo y ancho del planeta: la sociedad nos machaca o lo intenta. Lo intenta, y nos echa las manos a la boca tan pronto queremos gritar a los cuatro vientos que somos libres. No quiero protocolos, quiero dejar de escribir de lo mismo. Quiero dejar de enterrar a mujeres porque alguien ha decidido que podía arrebatárselo todo porque era suya. Quiero dejar de pelear con el mundo porque éste no entiende que está enfermo. Pero sobre todo, quiero ser libre, de verdad. Necesito pensar que podemos conseguirlo. Sino… nada de esto tendría sentido. 

Esta noche saldré de fiesta…

Esta noche saldré de fiesta…

Esta noche saldré de fiesta y no sé lo que haré. Esta noche toca bailar, toca cantar, toca gritar, toca crecer. Esta noche saldré de fiesta y no sé lo que haré. Estaré con mi gente, con mis amigas. Estaré bien. Y a pesar de no saber dónde iremos ni por qué, estoy segura de algo, de lo que no quiero hacer:

No quiero que me hables. No hace falta. Estoy bien.

No quiero que me invites. No te lo he pedido. No quiero que estés.

No quiero tus piropos. No te he preguntado. Mi cuerpo no quiere tu opinión.

No quiero que me agobies. Estoy con mis amigas. No pintas nada aquí.

No quiero que me toques. No tienes derecho. No eres nadie.

No quiero que me sigas. Es tarde y tengo miedo.

No quiero que me fuerces. Quiero irme a casa. Déjame…

Compañeras, por Marwan

«Lo mejor que puede hacer un hombre cuando ve a una mujer besar a su hijo, cuando ve a una mujer romperle la cara al invierno y partirse la espalda por el resto, es apartarse. Decía Escandar que mirara donde mirara solo veía mujeres luchando.

Madres que se crujen el alma agachándose para quitar las piedras que le salieron a tu camino, para que yo no tropiece.

Madres de brazos abiertos, de pecho abierto, de alma abierta.

Mujeres a las que les clavan los codos para que no asciendan en el orden social fijado por los hombres porque se deben al hogar.

Mundo de hombres, mujeres frenadas, mundo patriarcal, mundo enfermo, mujeres sin edén. Limitándose a amar, a ver la distribución desigual del poder y a seguir amando.

Mujeres que aman, división sexual del trabajo, mujeres que aman, obstáculos para avanzar, mujeres que aman, competentes pero que no destaquen, mundo patriarcal, mundo enfermo, mundo enfermo, mundo enfermo.

Mujer anuncio para que tú disfrutes, para que tú la mires, mujer objeto. Mujer bombardeada: Epilady, Axe, Nivea… complejos y más complejos, ventas y más ventas.

Mujeres a las que obligamos a ser madres, amantes, florero, costilla, Cenicienta, cocineras, putas, educadoras, costilla de Adán, felpudo, siempre perfectas, pecado original, siempre a mano. Violencia doméstica, con golpe o sin él, justificaciones, costumbres, excusas, normas sociales aceptadas, aceptadas por todos porque no tenemos el valor de reanudar el mundo.

Si no las ves eres un imbécil. Están luchando, partiéndose el alma por todos.

Madres, mujeres, hermanas, parejas, compañeras, eternas, compañeras, milagro, compañeras, sin dueño, compañeras, siempre, compañeras.«

Ver vídeo:

maxresdefault

Tú también te escondes

Tú también te escondes

Te levantas bien temprano, sin embargo, el calor ya resulta insoportable. Sudas, te pesa todo el cuerpo y la sensación de agobio es inevitable. 40 grados a la sombra. Ni si quiera sabes qué ponerte para defenderte de tal circunstancia. Y con este panorama… Os aseguro que maquillarse no ayuda mucho. Hace calor, te pesa la cara. Los poros te suplican un poco de tregua… Sin embargo comienza la batalla. ¿Cómo vas a salir con esas ojeras? ¿cómo vas a salir con esa cara? -la tuya, digo-.  Brochazo a brochazo te ocultas de mundo. O le ocultas al resto tus perfectas y personales imperfecciones. O tratas de ocultártelas a ti misma.

Brochazo a brochazo olvidas que por más maquillaje y más capas que impregnes sobre tu cara, tus ojeras y granos y manchas por la edad van a seguir ahí, acompañándote. ¿Te imaginas ir a una boda sin maquillaje? O a una primera cita… o a tu propia graduación. ¿Te imaginas? O mejor aún. ¿Te llegas a hacer a la idea se la reacción del resto? Exacto. La realidad es que tú también te escondes.

Una chica diez

Una chica diez

Mide siempre tus palabras, no mires demasiado, no hables en exceso -cotilla-, no te creas todo ni dudes por inercia. No fumes. Las mujeres fuman demasiado. Bebe con moderación y controla lo que comes, que llega el verano. ¿Vas a salir con eso? Esa falda es muy corta, y esa camisa parece de monja. ¡Los zapatos no te pegan con el bolso! Te has maquillado como una puerta. Tapa esas ojeras, ¡parece que no duermas! ¿No te haces las cejas?. Te quedaría muy bien un estilismo. No flirtees ¿qué van a pensar de ti? No hables con cualquiera, o mejor, no hables con nadie. «Mira, ese de ahí parece raro, este te está echando la caña y aquel seguramente solo quiera meterte mano». No folles mucho -guarra-, ni tampoco te pases de estrecha -frígida-. ¡Busca un termino medio! No le beses en la primera cita, aunque si no lo haces igual no te llama nunca más. Deberías darlo todo en le primer encuentro sino… se irá con otra. Enseña bien la mercancía, en le mercado de la noche todo vale para ser la seleccionada. Mas escote, más muslo, más de lo que sea. «¿Qué llevas puesto?». «¿Crees que vas a ligar con esas pintas?». «¿Me mandas una foto de cuerpo entero? Guiño, guiño». Cásate antes de los 30… se te va a pasar el arroz. ¿Todavía no festejas? «Será lesbiana». «Seguro». Y ¿qué me dices de ese empleo? Dicen que es artista… ¿Artista? ¿Y de qué come? Imagina. No vayas sola de noche por la calle. Se van a pensar cosas raras. ¿Raras? «Claro, una mujer sola por la calle a estas horas… normal que pasen cosas». «Llevaba una falda… se le veía todo. Luego que pasan cosas». «Era muy liberal, no tenía control, normal que le pasen cosas». «Se fue». «Irse ¿adónde? «No lo sé, dijo que se iba, que quería ser libre».

Pobre infeliz, mujer y libre…